Recuerdos de una molécula
Recuerdo algunas cosas con tristeza. Con un pesar en mi corazón. Una de ellas es ésta. Mi hermana trabaja limpiando oficinas en San Diego. Yo estudio contaduría en el Tec. Ni mi hermana ni yo queremos hacer lo que hacemos pero lo asumimos. No existía siquiera la posibilidad de que consideráramos hacer otra cosa. Estaba fuera de nuestro alcance. Regreso. Mi hermana me invita un fin de semana a ayudarla a limpiar. A cambio, me dice, podemos comer de todo lo que haya en la cafetería. Es un sábado monótono. Sé que tendría que hacer mis tareas. Sé que tendría que estudiar. Pero me importa poco. Nos vamos. Viajamos en su bochito. Llegamos a un lugar lleno de árboles. Hay unas oficinas. Afuera caen las hojas. No hace frío ni calor. Bajamos los artículos de limpieza. En el edificio (que es de una sola planta) hay pocas personas en los cubículos. Nosotras atacamos la cafetería. Esa parte nos toca limpiar. Lavamos todos los enseres. Platos, vasos, cucharas. Luego les pasamos un trapo a los frascos. Aceite, pimienta, especias. Hacemos un descanso. Creo que Lucy pone a hacer café. Cuando abre el refrigerador me enseña unos capuchinos que ya vienen preparados. –Se toman fríos, me dice. Nos bebemos uno. Sabe a vainilla. Luego me ofrece un panini. También vienen ya preparados. Pero de pronto se me ha quitado el hambre. Recuerdo comer poco a esa edad. Terminamos la labor de limpiar. La cafetería queda limpia. Aunque no recuerdo haberla visto muy sucia antes. Recogemos las cosas. Nos terminamos el panini. Salimos del edificio. Trepamos al bocho y regresamos a casa. Así de insulsos y llenos de desesperanza eran esos días. Y recuerdo haberlos compartido con mis amigas y hermanas. No recuerdo a mis padres. Tampoco recuerdo algún novio. Éramos solo nosotras. Y nadie más.