Sadder than Tristan/ Más triste que Tristán. Anthony Siedman
Nadie ha dicho la palabra “mango” por días,
y no es suficiente hacerme pesar dos monedas de plata en una mano
y un vaso de éter en la otra.
Nadie tampoco ha dicho “azur”, “mandolina” o “laguna”;
bastante “autopsia”, bastante “indagación”,
o palabras niqueladas como “presupuesto”, palabras que
se inflan, como “tarifa”, palabras como plumas apiñadas con
pegamento,
palabras más vacías que el ojo de una tilapia
en la hielera de un pescadero;
palabras azucaradas como “bendecir”, o embotadas
por el desuso como “genio”, “patriota” o “pasión”.
Nadie ha dicho la palabra “mango” por siglos,
y mucho menos “duna”, “rosa” o “crepúsculo”;
nadie se ha detenido a pronunciar “palabra”,
como un tasador examinando un diamante.
Los uniformes ya están desfilando las “muletas”
antes que la premura de la “metralla” y el “linchamiento”
alcance las carabinas, los almacenes acaparando
barriles de pesadillas que amontonan
el frío bosque de barras metálicas y agua estancada.
Algunos han acordado en no notarlo.
Pero he escuchado la palabra “terremoto”, la palabra
“carnicería”,
un traje de negocios estornuda cuando los murciélagos
aletean
del púlpito de una “catedral” erigida para “manicuras”.
No he escuchado la palabra “mango” por siglos,
simple, redonda, y dulce. No he llorado esa fruición,
todavía no, no por algún tiempo,
y eso es lo que otros quieren expresar cuando dicen la
palabra “sequía”.
Traducción de Martin Camps