Moses Lake


Cuando terminé la carrera de literatura me sentí terriblemente perdida. Y ese era el mismo sentimiento que compartía con toda mi familia. Mi papá apenas salía de una depresión que lo inmovilizó laboralmente durante unos ocho años; nadie ahí sabíamos a dónde ir o qué hacer. Estábamos totalmente perdidos como individuos y como familia. Es un hallazgo emocional que recientemente descubrí y que me explica muchas cosas de una manera liberadora. Me quita cargos de conciencia y culpas que mucho tiempo sentí que me atañían solo individualmente. 

Entre las aventuras locas en las que seguimos a mi papá fue irnos a vivir a Washington, a un pueblo agrícola llamado Moses Lake. Llegamos ahí de la nada que era nuestro naufragio y afortunadamente encontramos personas bien asentadas que nos brindaron ayuda para reorientar, en el caso de mi papá, el nuevo proyecto al que debía dirigir su vida, a sus casi setenta años. 

Estar perdida es algo a lo que me habitué y que volví a repetir con mucha tenacidad en la vida. Hasta el momento en el que dejó de ser algo angustiante para convertirse en algo temporal de lo que yo sabía debía salir, no sin antes disfrutar la sensación de poca gravidez que se posee en ese estado. 

Hoy me sentí así, o al menos el día feriado, sin obligaciones de horarios, me hizo recordar esa sensación de ligereza y sutil peligro en la que nos coloca el no tener un proyecto que nos ate a lo concreto, a lo que tiene forma y detiene. 

En Moses Lake solo comí y caminé, de aquí para allá. Y leí algunos libros que tenía pendientes. Realmente no sabía qué estaba haciendo allá, salvo acompañar a mis padres. Cualquier cosa pudo ocurrirme. Pude quedarme ahí, casarme, estudiar, vagar. Pero Eliézer me hizo volver, y poco a poco fui tramando las acciones que le dieron un sentido a todo. 

Intuyo que ese extravío es un rasgo que como familia nos define; el no saber exactamente a dónde pertenecemos o hacia dónde vamos; esa es una cualidad Villa. 

En la medida en la que me he ido convirtiendo en un ser más autónomo respecto a los mandatos familiares, esa vaguedad desaparece. Me siento segura. Pero, por momentos como este feriado que tuvo reunión en la casa materna, vuelvo a identificarme con esa volatilidad que nos heredó mi papá. Con ese no saber a dónde dirigir la brújula. Mañana, a las 8:00 a.m., cuando retome la rutina y los deberes laborales y me recuerde que tengo proyectos propios por concretar, volveré a ser yo misma. 

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