La (nueva) vida con la letra M

Desde después de la pandemia (2020-2022) he tenido terror auténtico de leer mis evaluaciones como profesora en la universidad. Terror genuino. Miedo de leer y derrumbarme sobre mis cenizas de profesora distinguida y precarizada. Las generaciones que vinieron después y durante el COVID me parecieron tan complejas de tratar y educar, que yo misma sentía que mi vocación para la docencia de la literatura se había acabado, había llegado a su fin. 

Pero el nuevo descubrimiento de mi parte (al atreverme, por fin a abrir los archivos de las evaluaciones) es que aún sigo siendo una profesora estimada, quizá no tanto como lo fui los primeros diez años de mi inserción al mundo académico superior, pero al fin sigo siendo alguien en quien los estudiantes siguen creyendo. Eso más o menos dicen sus comentarios. 

En cambio, el verdadero descubrimiento fue darme cuenta que he llegado a la menopausia, y que ese acontecimiento es el que estuvo detrás de lo que yo creí era simple cansancio, dolor de estómago, malos hábitos, mal desempeño laboral, dolor muscular, etc. Enterarme, con la asesoría de la ginecóloga y las amigas que van por lo mismo, que he llegado a esa etapa, en la que ya no seré fértil y que voy derecho hacia el envejecimiento, ha sido la trama oculta que me explica ahora ese terremoto personal que apareció justo en el momento de la contingencia sanitaria. 

La vida inmersa en el proceso que llega con la maldita letra M, te sume en una incomprensión total. Nadie te lo dice, pocas lo socializan. A pesar de la información enorme que hay ahora sobre los procesos fisiológicos de las mujeres (como la maternidad, el aborto o la menstruación), la menopausia es de lo que menos se habla. Así que las mujeres que llegamos a la M, vivimos una crisis en silencio. Tratando de explicarnos por qué nuestro rendimiento ha bajado tanto, por qué ya no resistimos "como antes", por qué ya no somos vistas y alabadas como lo fuimos en nuestros meros años productivos. 

Para mí ha sido un proceso de cuatro años envuelta en la confusión. Visitando distintos médicos, tomando terapias, regresando a la meditación y muchas veces con el terror de no seguir siendo la misma que le daba sus nalgadas al mundo. Y bien dadas. 

El verdadero descubrimiento fue ese, y la verdadera explicación del por qué dejé de ser esa profesora perfectamente evaluada, que se aventaba los mejores toros y siempre daba su gran estocada. 

Aceptarlo ha sido cabrón. Y ha sido enterarme de la incomprensión de las y los jóvenes respecto a las mujeres que atravesamos este proceso, y de las instituciones, que desean vernos siempre al pie de los cambios de planes de estudio y las adaptaciones. 

Hoy, después de meses de conciliarme con el proceso de la letra M, y de llevar un tratamiento que parece ser efectivo, tuve al fin el valor de abrir las evaluaciones docentes. Me di cuenta que, para haberme descompuesto tanto, no fui percibida tan negativamente por los estudiantes. 

En mí algo cambió dramáticamente. Y no espero que todos lo entiendan. Soy yo quien debe ajustar su actividad y sus expectativas a este nuevo rendimiento. 


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