Prada y mis nuevos caminos
Desde el regreso del corto y muy placentero viajecito a Ensenada, me puse a pensar en el escritor Luis de Basabe. Tengo dos de sus libros: Motelius Motel y Juan Pablo Lugo. Y tengo a un alumno que es nada menos que su bisnieto y con quien tengo comunicación más o menos frecuente y cada vez que entramos en contacto, vuelvo a pensar en lo que tengo pendiente con su bisabuelo escritor.
En los primeros días de mi regreso, me habla una amiga para platicarme una idea para su investigación y preguntarme qué opino; al otro día se comunica uno de mis dos tesistas para saber cómo voy con la revisión de su avance y de paso quedamos para comer. Ambos me vuelven a meter en onda. Así es que me aplico.
Pienso, en primer lugar, ¿por qué de Basabe elegiría un seudónimo para estas novelas? Luego, en segundo lugar, me detengo a elucubrar lo relativamente fácil que me sería armar una ponencia sobre estas dos obras. Sobre todo porque ambas retratan la vida de un pueblo turístico en la frontera con los Estados Unidos. Diría así en primer término que "recrean el topos discursivo de Tijuana como ciudad fronteriza". Con toda la información que tengo sobre las actividades turísticas pienso que es casi pan comido presentar un trabajito que vaya por ahí.
Así mis reflexiones y de pronto que me acuerdo de Prada. Pienso para mis adentros que lo que menos le gustaría a mi asesor de lujo es verme hacer este tipo de análisis en los que el crítico trata de verificar el mundo del sentido común frente a la obra literaria. Renato Prada creía firmemente en la autonomía artística; Umberto Eco también. En muchísimas ocasiones me advirtió mi viejo maestro del "peligro" de llevar los análisis literarios por ese rumbo. Había que defender la autonomía; someter el mundo a las reglas del arte, y no al revés. Porque no se trataba de hacer sociología, sino crítica artística.
Pero yo estoy parada aquí. Y los consejos de mis viejos mentores cada vez resuenan más lejanos. Algo así como en los fines del siglo pasado. Y algo así como en los marcos de la semiótica estructuralista.
He pasado casi cinco años comprendiendo que la obra literaria es efectivamente un artificio, pero también es algo más que eso. Para que esa hermosa maquinaria funcione y tenga un sentido, necesariamente debe haber un contexto que lo permita. He entendido (y aquí de acuerdo con Terry Eagleton) que los valores artísticos de una obra literaria se activan en un determinado momento que podemos muy bien llamar circunstancia histórica u horizonte histórico (si queremos seguir con Jauss o Gadamer, y también para que Prada esté contento). La obra de arte, en el momento de su recepción crítica, o mejor dicho: de su aceptación como texto literario, es un objeto histórico que encuentra su sentido en una estructura que no es textual; en una estructura que es "lo no dicho" y que bien se puede interpretar como eso que llamamos la cultura en general.
Me contento con estas reflexiones mientras pienso verdaderamente en los nuevos caminos por los que nunca, cuando fui la discípula más ferviente de Prada, imaginé que yo andaría.
Aprendí tantas cosas de mi viejo mentor. Sin sus andamiajes teóricos-conceptuales y sin sus insistencias en trabajar profundamente las estructuras textuales antes que nada, creo que no habría llegado tan convencida al lugar en el que ahora, aunque alejada de él, me encuentro.