Una temporada en el Motel Motelius


La estancia data de algún verano en 1963; el hospedaje en el Motelius Motel, propiedad de Hank Motelius; las aventuras, narradas por el recepcionista Juan Crispín; el lugar, un pueblo turístico de la frontera entre México y Estados Unidos. Escrito en un tono ligero ―y lejos de las experimentaciones formales que empezaban a ser el reto escritural de la década de 1960― el conjunto de relatos integrados del escritor Luis de Basabe es uno de los pocos documentos ficcionales que dan cuenta de una relación picaresca, y a ratos reflexiva, entre los habitantes mexicanos de la frontera y el turismo norteamericano.
Pocos documentos hasta ahora se han atrevido a hablar de las relaciones concretas y el intercambio social que propició el negocio del turismo en la ciudad de Tijuana. El mismo Luis de Basabe, en Motelius Motel (Ediciones Botas, 1963), utiliza varias estrategias para esconder la fascinación que le producen la extravagancia y el derroche de actitudes dispendiosas en cuanto al dinero y al sexo de parte de los visitantes norteamericanos. La literatura, como suele ser, le permitió al ingeniero y filósofo contarnos sus observaciones desde los escondrijos del pudor y la decencia.
Uno de los recursos literarios utilizados por de Basabe, que acusa esta especie de culpa vouyerista, es la utilización del seudónimo H. LUDEBA para firmar la autoría del libro. En la “advertencia” que precede a la narrativa de las aventuras que cualquiera de nosotros podemos imaginar que ocurren en un motel, H. LUDEBA afirma que las cosas a las que se referirá en las páginas no reflejarán necesariamente su punto de vista. Para ello, afirma, el autor ha creado a Juan Crispín. Este personaje, segunda máscara de Luis de Basabe ― detrás de la cual insiste en establecer su diferencia respecto a sus personajes: “somos en realidad dos personas distintas”―, cumple con cabalidad su papel de narrador y focalizador de todas las tramas picantes que desde el título de la obra habrían tenido a los lectores de la época en un ansia expectante.
¿Qué se narra en Motelius Motel? Ante todo el impulso vital de la generación de postguerra en norteamérica. En el texto de H. LUDEBA, el turismo extranjero aparece como protagonista de fugaces e intensas visitas que llenan de emoción y ganancias monetarias a los habitantes de un hospitalario pero desolado pueblo fronterizo. La estructura de cada capítulo sigue el patrón llegada-partida, que le da cuerpo a cada uno de los relatos: la llegada de un nuevo visitante al motel Motelius abre la relación que Crispín mantendrá por unos cuantos días con millonarios solitarios, infieles mujeres seductoras, europeos aburridos, prófugos traficantes, poetas en busca de inspiración. Pero también con clubes sociales de beneficencia, matrimonios solitarios y reverendos arrepentidos de su pasado en el vicio y la disipación. Todos estos personajes son configurados desde la perspectiva del asombro de Juan Crispín. Un asombro ante las bien asumidas y divertidas libertades sexuales de los extranjeros y también ante cierta parlachanería con la que el joven recepcionista simpatiza.
Quizás ha sido esta empatía ante el relativismo moral de la generación babyboomer una de las razones por las que no se encuentra incorporada, ni al relato literario ni al histórico, esa relación singular que los fronterizos tuvieron con el turismo de medio siglo. Tal vez resulte todavía problemático aceptar que los mexicanos, al tiempo que consolidaban un capital monetario, también se divertían con el relajamiento moral que les permitía la condición de frontera. En uno de los relatos titulado “El pianista”, Juan Crispín narra la aventura del músico Carlos quien, en medio de un lance amoroso con una extranjera pelirroja, es abordado por su pequeño hijo para pedirle dinero ante una emergencia familiar. El pianista saca la cartera y le da los billetes al niño, pero se queda toda esa noche con su nueva conquista. El narrador no deja de anotar la ambigüedad interpretativa que un evento así tiene en un espacio del que solo son testigos aquellos que viven del turismo: “Esto, que para gente con cierta moral resulta monstruoso, en otros círculos limitados dentro de una nebulosa, tenue línea fronteriza, es inclusive algo risible”.
Otra seña que permite identificar esa lejana/cercana relación con el turista se encuentra también en el tratamiento que el autor decide dar a los diálogos que, para otorgarles mayor naturalidad, coloca escritos en idioma inglés. Pero la intención de Juan Crispín (H. LUDEBA, ¿Luis de Basabe?) no es normalizar el cambio de código entre los idiomas. Para que naciera esa intención, que le hubiera dado realmente un carácter fronterizo a la literatura, faltaban todavía unos diez años de reivindicación chicana. En el motel Motelius se hablaba por entonces en un inglés con subtítulos. “I hate that bastard but I owe him something (odio a ese bastardo pero le debo algo).” Así fue como procedió el narrador para la notación de ambas versiones. La traducción era necesaria pues el público lector, para quien de Basabe narró las aventuras y el asombro de Juan Crispín, era mexicano. Para ese público señaló en su “advertencia” que su único deseo era divertirlo un poco y tal vez hacerlo reflexionar, también un poco, sobre el espacio singular en el que vivía.

Entradas populares de este blog

La breve vida feliz de Francis Macomber

Reconstrucción de “El mimetismo y el hombre: la ambivalencia del discurso colonial” de Homi K. Bhabha en El lugar de la cultura, por Elizabeth Villa, corchetes míos.

La Perla de John Steinbeck