Sobre Escritura femenina


El fenómeno de la escritura femenina es un suceso reciente. Al igual que la novela y el cuento, la escritura de las mujeres debe -en parte- su aparición a la nueva organización de la intimidad que trajo consigo el clasicismo. De acuerdo con Jean Marie Goulemont, respecto a la influencia que operó sobre las prácticas de escritura, podemos distinguir dos épocas:

a. Una, en la que todas las actividades del individuo tienen lugar en un espacio público.

b. Otra, en la que las actividades sancionadas como privadas son sometidas a un proceso de ocultación.

Goulemont señala al clasicismo como el periodo de transición entre una época y la otra. Es el periodo de constitución de los estados modernos en donde el poder político aspira a conseguir el monopolio de la violencia y a controlar a las personas y sus cuerpos así como la producción de bienes y signos culturales. Aparece ahí la organización del espacio público, en donde la vigilancia del cuerpo social es el nuevo principio. En concordancia, abundan nuevos tipos de literaturas en los formatos de diarios íntimos, memorias, novelas, autobiografías y pornografía, donde se manifiestan de manera paradójica tres características:

1. La exposición de lo orgánico

2. El yo como fundamento de la verdad que enuncia el discurso

3. La aparente violación de lo privado, que al exhibirse refuerza la ilusión de realidad.

La aparición de estas nuevas formas del discurso coincide con la práctica escritural realizada por las mujeres de manera constante y sostenida.

Un ejercicio políticamente tentador consistiría en tratar de establecer una relación causal entre tal mutación discursiva con la incursión de las mujeres en el ejercicio público de la escritura. Walter Ong, por ejemplo, señala que la escritura realizada por mujeres desde el siglo XVII, contribuyó a dar forma a la novela moderna. Ong se refiere a la innovación que supuso para las escritoras abandonar las formas agonísticas cultivadas como herencia de la retórica clásica (formas que de por sí las mujeres escasamente utilizaron) para desarrollar un estilo menos oratorio y más cercano al habla vulgar. Ello se debió a que la educación que recibieron las muchachas a partir del siglo XVI no contemplaba la enseñanza del latín sino otro tipo de saberes más pragmáticos relacionados con el comercio y los asuntos domésticos. En consecuencia, cuando ellas se expresaron por escrito utilizaron un estilo que se apartaba en mucho de la agonística retórica académica cultivada por los hombres.

Otra tentación común para quien se inquieta sobre los conceptos heredados por la tradición es indagar el origen, la mutación o la transformación de los mismos. Las feministas han sufrido de esta zozobra en varios momentos y cada uno de ellos ha sido deudor de preocupaciones distintas. El más común es el concepto mujer; otro es, y quizá se trate de una invención más que de una herencia, el término escritura femenina. El concepto comprende la idea más o menos generalizada que se trata de una práctica de escritura que es afectada por el género. Independientemente de quien la realice, se entiende que el locus enunciativo es una mujer. Pero, como ya lo ha demostrado Judith Butler, el término mujer se refiere también a una práctica performativa que corresponde a una determinada estilización histórica del género sexual. Escritura femenina, como muchos términos que esperan pacientemente su historización, es entonces una práctica que corresponde a un género que se interpreta de maneras diferentes en determinadas épocas por ciertos actores sociales que deciden utilizar la estilización lingüística que el género mujer sancione como ideal en ese momento. Rastrear la historia de las transformaciones de esa estilización necesariamente implica una toma de decisión en la que se decide re-observar la historia de la escritura para dar cuenta de las consecuencias de su uso en la construcción de la cultura o del género, que también es un estilo de interpretar la cultura.

De la misma manera que Mijail Bajtin exploró y validó la línea narrativa de los géneros risibles, y aun más: consiguió que nos los tomáramos muy en serio, las feministas han logrado poner en el discurso la idea de que la escritura es un lugar que se ve afectado por las estilizaciones genérico-sexuales. En consecuencia, han tomado como un imperativo que la recuperación de una serie de evidencias en forma de mitos, leyendas y literatura, darán forma a una tradición textual femenina sobre la descripción del mundo. Emprender esa tarea de reconstrucción es una labor que se lleva a cabo desde las distintas disciplinas del conocimiento y que implica que pueda ser calificada, de acuerdo a su propia naturaleza, como utópica en la medida en que la instauración de la visión femenina del mundo apoyaría la transformación o el quebrantamiento de lo establecido. No obstante, y de acuerdo con Mannheim, que la utopía es una distorsión en el orden de lo real, la intención de las feministas siempre ha sido la negación y el cuestionamiento de las estructuras que rigen a esa realidad.

Como sujetos que se han explicado (u obviado) dentro de lo que Luckacs llamó una visión de mundo, la re-descripción de éste o la recuperación de las visiones femeninas intentan romper con la escala estructural amplia en donde los actores son sometidos a las presiones sociales simbólicas y en su lugar utilizar la escala reducida de observación para indagar sobre la actuación de los sujetos femeninos concretos. En este tenor y debido a que la antigua noción visión de mundo, en la que las mujeres aparecían indiferenciadas, es unilateral: las presenta a ellas sólo en función de los usos de una época histórica (o en función de la weltanschauung de una clase) la recuperación de la escritura de las mujeres puede ser asumida como una representación dado que, de acuerdo con Ricoeur, este término posee un sentido dialéctico que desplaza la noción estática de mentalidad asociada a visión de mundo.   

Llegamos a una conclusión disyuntiva: la re-descripción de la escritura en términos de identidad genérica implica integrarse en la aventura que muchas estudiosas han emprendido: la construcción histórica de una episteme de género. No obstante que esta aventura es para algunas críticas (Butler, Spivak) una falsa ontología, para un programa político-histórico en el que las mujeres no aparezcan como indiferenciadas y absorbidas por las explicaciones macroestructurales de la mentalidad de la época, es necesario contar con “esencialismos operacionales” del tipo escritura femenina.

 



 

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