De la autoaceptación a la idea de aventarme un tour de force
Soy demasiado emocional para la disciplina histórica. He de reconocerlo. Cuando mis compañeros ven estadísticas yo veo motivaciones humanas. Me alaban el ego cuando en mis avances soy elogiada por mis habilidades narrativas. Y dicho sea en buen plan, nunca me he propuesto así como que aventarme la gran escritura. Es decir, me sale natural. En serio. Nunca me he esmerado al redactar mis avances, como lo haría si redactara un ensayo literario o mis cuentos. Eso sí, me gusta indagar en los oscuros motivos del individuo, en donde casi siempre encuentro un patrón narrativo. En algo me han ayudado Genette, Greimas, Bremond y Barthes. Los estructuralistas me enseñaron a ver estructuras y de ahí tal vez es que suelo construirlas. Y no hay que olvidar que el estructuralismo francés se basó en la antropología para proponer estos esquemas.
Tal vez seré una chingona narrando, pero sé que no es suficiente. Me doy cuenta de esto cada vez más. No veo a la historia que se hace actualmente como una narrativa. Es una disciplina científica, analítica, de la que la narrativa es sólo auxiliar. De hecho, por lo que he visto en estos tres años, la narrativa es prescindible (aunque nadie lo diga) para hacer historia. Escribir mal o no ser capaz de armar una narrativa, una buena narrativa, es un pecado que los historiadores se perdonan en pos de un buen análisis analítico de archivo. El sentido de historia, como diría Derrida, se ha ido desplazando.
¿Qué voy a hacer ahora? -me pregunto. Y de ahí, la idea de aventarme un verdadero tour de force narrativo sobre mis letrados parece algo atractiva. Si hasta ahora no me he esforzado y me sale bien, ¿qué tal que me aviento a la grande?
Tal vez seré una chingona narrando, pero sé que no es suficiente. Me doy cuenta de esto cada vez más. No veo a la historia que se hace actualmente como una narrativa. Es una disciplina científica, analítica, de la que la narrativa es sólo auxiliar. De hecho, por lo que he visto en estos tres años, la narrativa es prescindible (aunque nadie lo diga) para hacer historia. Escribir mal o no ser capaz de armar una narrativa, una buena narrativa, es un pecado que los historiadores se perdonan en pos de un buen análisis analítico de archivo. El sentido de historia, como diría Derrida, se ha ido desplazando.
¿Qué voy a hacer ahora? -me pregunto. Y de ahí, la idea de aventarme un verdadero tour de force narrativo sobre mis letrados parece algo atractiva. Si hasta ahora no me he esforzado y me sale bien, ¿qué tal que me aviento a la grande?