Taller
Concluimos hoy, con el grupo E, las sesiones del taller de narrativa. Me he repasado un texto de Miguel Donoso Pareja sobre la utilidad de los talleres en la formación de los escritores. Habrá quienes no estén de acuerdo y les parezcan castrantes, pero a mí siempre me gustaron y de ellos he aprendido mucho.
La primera experiencia tallereando la tuve con el poeta Raúl Rincón Meza. Debo decir que los veinte poemas que trabajé en ese tiempo (2001-2004) quedaron inéditos, excepto uno que me publicó Tierra Adentro y más tarde fue antologado (oh, no es cierto, también publiqué otros en la revista de la UABC). Además de conocer amigos con los que me embarcaría después en otro tipo de aventuras extraliterarias, de este taller obtuve algo que podría llamar una actitud ante la literatura. Una actitud crítica y de mucha paciencia para con las propias lecturas. Y sobre todo, entendí que después de los primeros escarceos creativos hay que emprender un proyecto de investigación estética propio. Ahí fue donde doblé las manos. ¿Mis veinte poemas indagaban algo? Todavía no lo sé.
Después acudí con diferentes escritores para "probar" lo que Raúl nos había enseñado. Pero nunca sentí que agregaran algo distinto. Le di un carpetazo a la escritura de la poesía y me puse a terminar mi tesis de licenciatura. (A veces me regresa la comezón poética pero, sin técnica ni práctica, todo queda debajo del colchón).
Cuando viví en Puebla, lo primero que hice fue buscar un taller literario (también hice una maestría y trabajé como burra en diferentes institutos, un restaurante y un despacho contable). Encontré a Juan Gerardo Sampedro, en la casa del escritor. Ingenuamente, porque no sabía nada de la escritura de cuentos, me inscribí. Estuve nueve meses (significativos) en la dinámica de Sampedro. Puedo decir que fue la primera vez que en realidad tallereaba un texto. Me dieron con todo, jaja. Mis compañeros fueron súper ultra críticos cada vez. Nunca me di por rendida. Hasta que pude convencer a un argentino malaleche que después me llegó a enseñar sus textos y decirme ¿qué opinás?
Este taller me dio seguridad de que si no escribía bien, podía llegar a hacerlo. Fue una intuición ganada con el trabajo de la escritura, difícil de explicar. Es como aprender las reglas de algo, pero sin que sean reglas fijas. Son tus propias reglas, producto de ese proyecto estético que poco a poco va saliendo de ti.
De regreso en Tijuana vi a Raúl en una cantina. Le dije que estaba escribiendo de nuevo, pero ahora cuento, "algo muy diferente". Recuerdo que Raúl me miró enojado. Me dijo que la escritura no estaba separada por géneros. Escribiera poesía o cuento, se trataba de lo mismo.
En el camino conseguí publicar una colección de dieciséis cuentos, gracias a amigos que conocí en el proceso de la escritura: Gilberto Licona y Teresa López Avedoy, ambos poetas. También me ayudaron las recomendaciones de Juan Manuel Labarthe, cuentista, dramaturgo y amigo entrañable de la escritura. Después fui incluida en una antología preparada por Rosina Conde. Y luego se me ocurrió estudiar un doctorado : (
Antes de ingresar al mundo de los historiadores (¿alguna vez he estado dentro?) dejé inconcluso un proyecto de catorce cuentos que giraban alrededor de una sola historia que ocurría en el mes de octubre. Hace poco revisé mi carpeta de nuevo. Ahí están los primeros siete ya terminados, esperando la última revisión. Y todavía mantengo en vilo los restantes. Cuando releí los que ya están listos, me gustaron. Me hicieron sentir la seguridad de la escritura de nuevo.
Regresando a lo de los talleres, recuerdo que también hubo una época aquí en Tijuana, en la que me soplé todos los cursos que daba el Cecut de narrativa. Estuve con Agustín Monsreal, Eliseo Alberto y Guillermo Samperio. Y no recuerdo si otro más. De algunos, sobre todo Samperio, aprendí cosillas bastante útiles. Como aquello de que había que conocer bien el género en el que te quieres desarrollar, leyendo todo lo que te caiga sobre él. "Para conocer bien el tamaño del monstruo". Así fue que descubrí a muchos autores, de quienes también aprendí muchísimo: Raymond Carver, Edgar Allan Poe, Anton Chejov, Hemingway, Amparo Dávila, Ana García Bergua, Roberto Bolaño y otros.
También leí a algunos de los que no quiero aprender nada.
Con el taller de narrativa de este semestre (divido en secciones ABCDE), también he aprendido mucho. He aprendido a escuchar y a no meterme en las obsesiones ajenas. Finalmente, cada quien las carga y sabe el peso que llevan. Ojalá los estudiantes de narradores mantengan algo o mucho del interés que los ha llevado a disciplinarse escribiendo un cuento cada mes y leyendo con paciencia el trabajo de otros. Ojalá. Y si es así, por ahí nos seguiremos viendo.
La primera experiencia tallereando la tuve con el poeta Raúl Rincón Meza. Debo decir que los veinte poemas que trabajé en ese tiempo (2001-2004) quedaron inéditos, excepto uno que me publicó Tierra Adentro y más tarde fue antologado (oh, no es cierto, también publiqué otros en la revista de la UABC). Además de conocer amigos con los que me embarcaría después en otro tipo de aventuras extraliterarias, de este taller obtuve algo que podría llamar una actitud ante la literatura. Una actitud crítica y de mucha paciencia para con las propias lecturas. Y sobre todo, entendí que después de los primeros escarceos creativos hay que emprender un proyecto de investigación estética propio. Ahí fue donde doblé las manos. ¿Mis veinte poemas indagaban algo? Todavía no lo sé.
Después acudí con diferentes escritores para "probar" lo que Raúl nos había enseñado. Pero nunca sentí que agregaran algo distinto. Le di un carpetazo a la escritura de la poesía y me puse a terminar mi tesis de licenciatura. (A veces me regresa la comezón poética pero, sin técnica ni práctica, todo queda debajo del colchón).
Cuando viví en Puebla, lo primero que hice fue buscar un taller literario (también hice una maestría y trabajé como burra en diferentes institutos, un restaurante y un despacho contable). Encontré a Juan Gerardo Sampedro, en la casa del escritor. Ingenuamente, porque no sabía nada de la escritura de cuentos, me inscribí. Estuve nueve meses (significativos) en la dinámica de Sampedro. Puedo decir que fue la primera vez que en realidad tallereaba un texto. Me dieron con todo, jaja. Mis compañeros fueron súper ultra críticos cada vez. Nunca me di por rendida. Hasta que pude convencer a un argentino malaleche que después me llegó a enseñar sus textos y decirme ¿qué opinás?
Este taller me dio seguridad de que si no escribía bien, podía llegar a hacerlo. Fue una intuición ganada con el trabajo de la escritura, difícil de explicar. Es como aprender las reglas de algo, pero sin que sean reglas fijas. Son tus propias reglas, producto de ese proyecto estético que poco a poco va saliendo de ti.
De regreso en Tijuana vi a Raúl en una cantina. Le dije que estaba escribiendo de nuevo, pero ahora cuento, "algo muy diferente". Recuerdo que Raúl me miró enojado. Me dijo que la escritura no estaba separada por géneros. Escribiera poesía o cuento, se trataba de lo mismo.
En el camino conseguí publicar una colección de dieciséis cuentos, gracias a amigos que conocí en el proceso de la escritura: Gilberto Licona y Teresa López Avedoy, ambos poetas. También me ayudaron las recomendaciones de Juan Manuel Labarthe, cuentista, dramaturgo y amigo entrañable de la escritura. Después fui incluida en una antología preparada por Rosina Conde. Y luego se me ocurrió estudiar un doctorado : (
Antes de ingresar al mundo de los historiadores (¿alguna vez he estado dentro?) dejé inconcluso un proyecto de catorce cuentos que giraban alrededor de una sola historia que ocurría en el mes de octubre. Hace poco revisé mi carpeta de nuevo. Ahí están los primeros siete ya terminados, esperando la última revisión. Y todavía mantengo en vilo los restantes. Cuando releí los que ya están listos, me gustaron. Me hicieron sentir la seguridad de la escritura de nuevo.
Regresando a lo de los talleres, recuerdo que también hubo una época aquí en Tijuana, en la que me soplé todos los cursos que daba el Cecut de narrativa. Estuve con Agustín Monsreal, Eliseo Alberto y Guillermo Samperio. Y no recuerdo si otro más. De algunos, sobre todo Samperio, aprendí cosillas bastante útiles. Como aquello de que había que conocer bien el género en el que te quieres desarrollar, leyendo todo lo que te caiga sobre él. "Para conocer bien el tamaño del monstruo". Así fue que descubrí a muchos autores, de quienes también aprendí muchísimo: Raymond Carver, Edgar Allan Poe, Anton Chejov, Hemingway, Amparo Dávila, Ana García Bergua, Roberto Bolaño y otros.
También leí a algunos de los que no quiero aprender nada.
Con el taller de narrativa de este semestre (divido en secciones ABCDE), también he aprendido mucho. He aprendido a escuchar y a no meterme en las obsesiones ajenas. Finalmente, cada quien las carga y sabe el peso que llevan. Ojalá los estudiantes de narradores mantengan algo o mucho del interés que los ha llevado a disciplinarse escribiendo un cuento cada mes y leyendo con paciencia el trabajo de otros. Ojalá. Y si es así, por ahí nos seguiremos viendo.