Teatro sagrado: los coloquios de México, de Miguel Sabido Editorial Siglo XXI. México, D.F., 2014.
Miguel Sabido se asume como Nepantla; que en náhuatl quiere decir “entre dos cosas”:
es teórico de la comunicación y por otra un práctico de la comunicación.
Recibió, como muchos mexicanos, la doble educación indígena y la de un niño
criollo.
Desde que fue alumno en la facultad de filosofía y letras se dio cuenta que el teatro mexicano, como la luna, sólo mostraba una de sus caras. Que la otra cara oculta se mantenía viva, no obstante, en el teatro ritual popular mexicano.
Desde que fue alumno en la facultad de filosofía y letras se dio cuenta que el teatro mexicano, como la luna, sólo mostraba una de sus caras. Que la otra cara oculta se mantenía viva, no obstante, en el teatro ritual popular mexicano.
¿Cómo era posible, se preguntaría el joven Sabido, que pudieran sobrevivir los coloquios mexicanos más de 500 años y seguir representándose como La adoración de los Reyes, las pastorelas, La batalla del cinco de mayo, Los doce pares de Francia y la Morisma de Zacatecas? ¿Cuáles habían sido las circunstancias que permitieron la continuidad y permanencia de estas tradiciones?
Así es que el Nepantla Miguel Sabido, emprendió la tarea de recrear el contexto histórico en el que los coloquios nacieron. Lo ubicó en los primeros años de la colonización española. Se dio cuenta que para entender esas representaciones sagradas había que distinguirlas del teatro en el sentido europeizante. Los coloquios son algo mucho más complejo. Se derivaron del antiguo teatro ritual nahua. Sabido los define como un entramado semiótico de diversos lenguajes en los que la parte verbal es sólo el punto de partida para generar una poderosa maquinaria de sentido que se convierte en ritual. Los heterogéneos lenguajes que convergen en el coloquio incluyen la danza, la música, la poesía, la mímica, la pintura, la escultura e incluso la cocina. Además, son representaciones en las que el público asistente participa activamente de manera espontánea, en respuesta a lo que le dicte el llamado del ritual. Cito: “Se convertían en eventos multifactoriales en los que cada elemento potenciaba la acción de los otros creando un entorno de vibraciones perfectamente codificadas que causaban un profundo efecto en el sistema nervioso de cada uno de los que tomaban parte en ellos y reforzaba en la sociedad el contrato social que la convertía en una unidad, llamada calpulli por la sociedad azteca.” (41)
Esta fiesta resultante cumplía una función social por demás imprescindible: otorgarle un sentido a la propia existencia dentro del mundo, además de ser un vínculo para establecer un diálogo con los dioses.
Sabido sostiene la tesis de que la conquista espiritual llevada por los misioneros católicos en la Nueva España fue posible gracias a dos factores: al profundo sentido religioso de los antiguos nahuas y a la visión pragmática de los primeros misioneros que supieron crear una liturgia indoamericana cantada y bailada de acuerdo con las reglas de los antiguos ritos mexicanos. Debajo de la simbología cristiana se mantuvo siempre el sentido de luchas teológicas profundas entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, la dualidad divina. Tanto uno como el otro adquirieron diferentes advocaciones en las variaciones de cada coloquio. Quetzalcóatl devino tanto Arcángel Miguel como Hernán Cortés; mientras que Tezcatlipoca fue Luzbel. El nacimiento del dios Huitzilopochtli de la doncella virgen Coatlicue se transmutó en la advocación del alumbramiento del niño Jesús por la virgen María.
En su faceta como investigador, Sabido nos introduce a un recorrido por las diferentes permutaciones y actualizaciones de las fiestas-ritual que van desde la colonia a la época moderna. Pero aunado al discurso de la investigación académica, su carácter de Nepantla aparece constantemente al presentarse a sí mismo también como un maestro de coloquios y participante de estas fiestas. Ha sido actor, ha grabado videos con su cámara al hombro, ha llevado máscaras durante tres días en los que hubo de guardar absoluto silencio, ha bailado en Chalma. Gracias a su doble cualidad, como lectores podemos asomarnos a la experiencia que Sabido nos comparte: ha reconstruido casi treinta coloquios y los ha llevado a escenarios abiertos, como atrios de iglesias o plazas, en comunidades hablantes y no hablantes del náhuatl. Una de estas experiencias es por demás arrobadora pues manifiesta el sentido de comunión que persiste en torno a estas antiguas liturgias:
Cito
la anécdota narrada por Sabido: “Cuando la Compañía de Teatro Náhuatl,
organizada y dirigida por mí, puso en el cercano pueblo a Tlaxcala, San Isidro
Buen Suceso, La adoración de los Reyes,
me llevé un susto cuando, al organizar el “desfile” –que realmente era una
procesión− que partía del zocalito para llegar al atrio de la iglesia
franciscana donde representaríamos en náhuatl la cuatro veces centenaria obra,
se integraron espontáneamente más de tres mil personas que seguían con unción a
los actores profesionales que habrían de representar la obra. Muchos de ellos
vestidos de Reyes Magos, otros con trajes de centuriones romanos que se habían hecho
para la representación de la Pasión, una multitud de niños y niñas vestidos
como ángeles. Algunas personas me reprocharon airadamente que no se les hubiese
advertido a tiempo para poder vestirse de san José y de “judíos” (164).
El
Nepantla presenta su punto de vista como hombre de teatro para explicar la
permanencia de lo que llama núcleos mítico-representacionales en nuestra
cultura: triunfaron, dice, porque se creó un ethos cultural, una práctica
aceptada por los más poderosos integrantes de la llamada República de los
españoles: virreyes y criollos insurgentes. Triunfaron (…) aunque sea con otros
vestidos, otros cantos, otras danzas, pero conservando esos núcleos
mítico-representacionales en los que se fundan para poder regenerarse (175).
Particularmente
me resultó interesante el carácter fronterizo del teatro evangelizador. Teatro
indoeuropeo que no era español, pues se había escrito en náhuatl, maya, otomí,
pero tampoco era mesoamericano, pues hablaba de Jesús y los Reyes Magos. La
importancia social que llegó a tener este teatro en la vida amerindia jamás
llegó a comprenderse en Europa. Tan no fue comprendida que la inquisición
ordenó que los coloquios se escribieran y representaran en español. Variaciones
de estos nuevos coloquios aparecen en la época moderna, alimentadas ahora por
nuevas ceremonias como el grito de independencia, la batalla del cinco de mayo
o las pastorelas.
Los cuadernos de coloquio son el libreto de esas representaciones, pero solamente el punto de partida para el armazón del entramado semiótico que dará vida a la fiesta-ritual. En forma casi de secrecía, los pueblos fueron creando poco a poco una nueva ritualística mexicana: empezaron a buscar la forma de reconstruir las instrucciones que contenían los códices destruidos e inventaron inofensivos cuadernos de coloquio, que les dijeran como tenía que realizarse la representación sagrada. Fueron evolucionando de manera secreta y poderosa durante casi tres siglos.
¿Por qué llegan a ser ininteligibles algunas de estas representaciones, se pregunta Sabido? La respuesta es porque fueron diseñadas en un lenguaje cifrado en el que ni la Santa Inquisición, ni los sacerdotes regulares, ni las autoridades españolas pudieran entender, pero sí sus dioses, sí sus participantes.
Otra pregunta inquietante: ¿Por qué las obras criollas de los siglos XVII al XIX, han desaparecido sin dejar huella, mientras que los coloquios se mantienen en el calendario ritual de las comunidades que los actualizan? La respuesta, porque estos últimos cumplen una función social imprescindible que le da sentido a la sociedad, que restaura el contrato social de la comunidad con sus dioses.
En una celebración entre los mayos de Sonora, en semana santa, Sabido se atrevió a preguntarle a uno de los participantes, que interpretaba a un jinete, por qué el que bailaba la danza del venado debía hacerlo durante toda la noche. El jinete le contestó: “No puede dejar de bailar, porque Cristo nuestro señor está en el infierno combatiendo con el diablo. Si deja de bailar se acaba el mundo”. “¿Y si no hiciéramos la fiesta?”, se atrevió a preguntar de nuevo. “Pior”, contestó el jinete, mirándolo casi con burla.
Consciente
de que los lenguajes de la cultura no son inamovibles, Miguel Sabido conduce
esta disertación sobre los Coloquios de México hacia una propuesta: la de su
reinvención por parte de nuevos maestros. Propone ir más allá de su
conservación en video, museos y bibliotecas. La única manera de continuar las
tradiciones, dice, es vivirlas, hacerlas nuestras; hacerlas de toda la
sociedad. Esto implica necesariamente que quienes las revivan diseñen las
adaptaciones que sean necesarias a fin de reestablecer el diálogo obligatorio que
les conduzca a la posibilidad de escuchar de nuevo la voz de sus dioses.