Devenir-jaguar
A instancias de una alumna del seminario de teoría literaria moderna, esta semana hemos revisado el texto “Devenir intenso, devenir animal-devenir imperceptible” de Gilles Deleuze y Félix Guattari, incluido en Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia. Su lectura es, como dice el título, intensa. Está organizada por diferentes “intensidades” (término deleuzguateriano): recuerdos de un brujo, recuerdos de un bergosoniano, recuerdos de una molécula, etc. Así que la lectura aunque es fragmentaria, va acumulando en torno a la indagación sobre qué es el devenir-animal. Con palabras simples: devenir animal es dejarse llevar por la animalidad, no es ser el animal, ni convertirse en él. Ni imitarlo. Devenir-animal no tiene como propósito convertirse en el animal, sino que su propósito es el propio devenir-animal. Devenir es dejar mostrar lo imperceptible de la animalidad. Este “agenciamiento” o este “hacer rizoma” con el animal, de acuerdo con D&G, se consigue de una manera molecular. ¿? Es decir, no se trata de imitación ni adquisición de la forma, sino en la emisión de partículas del animal, para producir en nosotros al animal molecular. ¿Cómo se puede ilustrar esto en la literatura? Si es que entendí a Deleuze y Guattari, un ejemplo de devenir-animal lo podemos ver en el poema El jaguar, de Ted Hughes. En éste, las imágenes de un zoológico se van desplazando desde animales como loros, monos, tigres, boas y leones −que ya han perdido su salvajismo hasta parecer imágenes pintadas en los muros− hasta la urgencia de las personas que corren para ver al jaguar, que se entiende en el poema: es la novedad. Las imágenes del poema captan la desesperación del jaguar de revolverse en la jaula que es como “celda para un profeta” –así de salvaje sigue siendo el jaguar. ¿Dónde está el devenir-animal en este poema que no tiene un yo lírico siquiera que hable en nombre del jaguar? Bueno, pues en la última imagen. “Sobre el piso de la celda el horizonte llega”. En este último verso, las imágenes que antes recorrían el zoo, se detienen hasta adoptar la perspectiva del jaguar. En este último verso contemplamos el horizonte desde el piso de la celda: en este verso devenimos-jaguar. Pero un jaguar enjaulado. He aquí el poema, en versión del poeta tijuanense Raúl Rincón Meza (tomado de Guardar todo, CONACULTA, 2014).
El jaguar. Ted Hughes (traducción de Raúl Rincón Meza)
Los monos bostezan y adoran sus pulgas bajo el sol.
Los loros chillan como si en llamas o se contonean
como putas baratas para atraer al paseante con la nuez.
Fatigados con indolencia, el león y el tigre
yacen quietos como el sol, la espiral de la boa constrictor
es un fósil. Jaula tras jaula se ven vacías, o
los hedores de los durmientes sobre la paja humeante.
Pueden ser pintados sobre el muro del criadero.
Pero el que corre como el resto pasa por alto estos arribos
a la jaula donde la chusma permanece mesmerizada, fina,
como un niño ante el sueño, ante un jaguar pronto a la cólera
entre la oscuridad de la prisión después del taladro de sus ojos
es un feroz cortocircuito. No es fastidio−
el ojo satisfecho de ser ciego en fuego,
sordo por el golpe de sangre en el cerebro−
se revuelve entre las barras, pero no hay jaula para él
más que celda para un profeta:
su zancada es libertad irracional:
el mundo rueda bajo el largo impulso de su huella.
Sobre el piso de la celda el horizonte llega.
El jaguar. Ted Hughes (traducción de Raúl Rincón Meza)
Los monos bostezan y adoran sus pulgas bajo el sol.
Los loros chillan como si en llamas o se contonean
como putas baratas para atraer al paseante con la nuez.
Fatigados con indolencia, el león y el tigre
yacen quietos como el sol, la espiral de la boa constrictor
es un fósil. Jaula tras jaula se ven vacías, o
los hedores de los durmientes sobre la paja humeante.
Pueden ser pintados sobre el muro del criadero.
Pero el que corre como el resto pasa por alto estos arribos
a la jaula donde la chusma permanece mesmerizada, fina,
como un niño ante el sueño, ante un jaguar pronto a la cólera
entre la oscuridad de la prisión después del taladro de sus ojos
es un feroz cortocircuito. No es fastidio−
el ojo satisfecho de ser ciego en fuego,
sordo por el golpe de sangre en el cerebro−
se revuelve entre las barras, pero no hay jaula para él
más que celda para un profeta:
su zancada es libertad irracional:
el mundo rueda bajo el largo impulso de su huella.
Sobre el piso de la celda el horizonte llega.