Fierros bajo el agua, una historia de las violencias en la ciudad
http://jornadabc.mx/opinion/28-06-2019/fierros-bajo-el-agua-una-historia-de-las-violencias-en-la-ciudad
La pérdida identitaria y la disolución de la personalidad son dos condiciones sobre las cuales se estructuran tanto el espacio como los personajes de la novela de Guillermo Arreola, Fierros bajo el agua (Joaquín Mortiz, 2014).
La pérdida identitaria y la disolución de la personalidad son dos condiciones sobre las cuales se estructuran tanto el espacio como los personajes de la novela de Guillermo Arreola, Fierros bajo el agua (Joaquín Mortiz, 2014).
Aparecida en un momento de reflexión pública sobre la impunidad del crimen en México, la trama de la novela toma como puntos de referencia los años de 1985 y 2008 para confrontar dos versiones distintas sobre la historia de las violencias en la ciudad de Tijuana. El personaje que guía la narración es el escritor Leonardo, quien da cuenta sobre los encuentros con varios personajes de aspecto fantasmal en un viaje de retorno a la ciudad que lo vio iniciarse en el mundo adulto. El propósito del escritor es retomar la memoria sobre la pintora francesa “naufragada en Tijuana”, Danielle Gallois, y escribir una novela sobre ella. La búsqueda de su antigua mentora artística lo llevará por un camino a través del cual cree que puede recuperarla: el alcohol. Así inicia un deambular por bares y tugurios entre los que la hebra de la trama de la pintora se vuelve demasiado fina y, en cambio, se va fortaleciendo una narración sobre la sórdida resistencia del mundo homosexual por su subsistencia entre Tijuana y Ensenada.
Si la recuperación de la historia de Danielle es infructuosa, lo cual parece ser deliberado e intencional para los rumbos que toma la dirección de la novela, no lo es la de Cas Medina, antiguo amigo y amante de Leonardo, asesinado en 1985, año señalado en la novela como de extrema represión para los homosexuales en Baja California. La novela contrasta la percepción pública y reconocida que se tiene del año 2008 como “el año más violento que ha vivido la ciudad”, con la violencia anónima sufrida por la comunidad homosexual en 1985. Mientras que los asesinatos producto de la guerra del narcotráfico aparecieron en la prensa y los muertos que se contabilizaban diariamente causaron una profunda y legítima consternación pública, los crímenes de los que fueron objeto los homosexuales se mantuvieron en el espacio sensacionalista de la nota roja. La novela narra el testimonio de antiguos policías que, al ser cuestionados por Leonardo, niegan recordar alguna limpieza profiláctica en Tijuana o Ensenada. Ante las evidencias recuperadas por Leonardo de notas periodísticas ―que arman a manera de viñetas la primera parte de la novela― un antiguo policía interrogado responde “ni Cas Medina ni usted ni el resto de sus amigos eran unas blancas palomitas ¿verdad? Dígame una cosa, Leonardo, cuando apareció medio muerto su amigo, ¿ya se había convertido por completo en mujercita?”
Fierros bajo el agua metaforiza la idea de que hay estructuras que subyacen en un inframundo que se arquitectura por medio de túneles escondidos. Si ya el escritor Federico Campbell utilizó a la foca como metáfora del individuo fronterizo, Guillermo Arreola reforma la analogía marina con ballenas y delfines, putos y vestidas, que aparecen muertos entre la playa y la carretera después de haber chocado con la gran malla de fierro colocada por las autoridades estadounidenses para establecer el punto de delimitación de las identidades. La investigación, que el personaje Leonardo va armando mediante notas obtenidas en la hemeroteca, parece revelar que en 1985 la frontera más peligrosa de atravesar era la de la definición genérica. La narrativa construye una versión de la ciudad como diversa, pornográfica, alcohólica, asesina, que fluye en el laberinto de un mar profundo en el cual no era posible bucear sin morir o resultar dañado.
Contrario a los tintes epopéyicos y edificantes con los que se han narrado los procesos de construcción de las grandes ciudades ―la migración en Nueva York, los escaparates en París, la urbanización de la Ciudad de México, la sociabilidad en Buenos Aires―, el paradigma de la modernidad es reiteradamente esquivado en muchas de las narrativas literarias sobre Tijuana. Si bien los puertos fronterizos mexicanos son representados en la literatura como espacios de dispersión, esta visión ha sido producida siempre desde la perspectiva del sujeto migrante. Alguien, como Odiseo o Leonardo o Danielle Gallois, viaja hacia un destino y en ese trayecto pierde los puntos de referencia sobre los cuales se anclaba su identidad: “Dicen que perderse es bien fácil y que esta ciudad es perfecta para el caso. Pero no es cierto. Uno ya anda extraviado cuando viene aquí (…) Perdidos llegamos ya todos.” Este tipo de narración se convierte en un proceso de recuperación que resulta generalmente infructuoso vitalmente pero experimental en términos artísticos.
Aunque no son las únicas, las narrativas migrantes han tenido un peso significativo en la construcción de las literaturas fronterizas en México. Ahí está todo el fenómeno chicano para constatarlo. Pero la literatura tijuanense, en particular, se ha definido por el peso que la migración ha tenido en el tránsito de productores de escritura que pueden, con mejor perspectiva que el nativo, observar procesos a la distancia. La reconstrucción que Guillermo Arreola realiza desde los recuerdos y “desde el corazón” de la resistencia del mundo homoerótico en la frontera, en Fierros bajo el agua, sugiere que ésta es una de las versiones pendientes de historizar para el mosaico de identidades que construyeron la dinámica social de nuestra ciudad.