Música relajante

Escuché muchísima música relajante en un periodo de demasiada tristeza (ahora no dije soledad). Había emprendido mis estudios de doctorado, lo cual inicialmente me puso feliz, pero también abrió un espacio de experiencias muy jodidas con personas realmente enfermas ahí. En lugar de convertirse en un espacio de aprendizaje y crecimiento, ese programa funcionaba como un espacio de denigración de los talentos de cualquier persona. No sólo yo, que era ajena a la historia (sí, porque ahora no lo soy) sino también para muchos de los compañeros que estudiaron la maestría y el doctorado en diferentes generaciones a la mía: había quien se encargaba de joderte la vida. Yo lo experimenté. Descubrir esas maldades del mundo me hizo entristecer realmente.
Muchas veces me sentí en la cuerda floja y sin amigos que me apoyaran. Y tuve que echar mano de la fuerza dentro de mí, porque después del episodio poblano, yo ya sentía que había una fuerza dentro de mí. Yo no me iba a abandonar a mí misma. Eso ya lo sabía. 
La música relajante fue un descubrimiento tal vez naive. Ya en Puebla había probado antes las técnicas de la relajación por respiración y el yoga. Pero estar sentada procesando documentos y escribiendo, requería que me quedara quieta. Y en esa quietud escuché aquella música. De las selecciones que encontré en YouTube fueron las de Kip Mazuy las que me hicieron centrarme y salir adelante. 
Después de obtener el grado pensé que vendría algo de tranquilidad, al menos al dejar de ver a esa gente. Pero a la semana de mi examen profesional enfermó mi padre. Así que su convalecencia, que duró poco más de dos meses, me volvió a sumir en esa tristeza que ya creía superada. 
Por supuesto, hay un momento en el que una se cansa de estar triste. Y voy a decir que yo realmente me esforcé de muchas maneras. Pero, aunque una quiera, no es un proceso fácil. De las cosas que hice por desesperación y ganas de arrancarme esa tristeza fue aceptar todos, literalmente, todos los trabajos y proyectos que me ofrecieran. Organicé festivales, escribí columnas y artículos, publiqué dos libros, tomé diplomados a distancia, participé en congresos, ofrecí asesorías, impartí círculos de lectura. Hice muchísimas cosas para librarme de esa sensación de inutilidad y decepción de haber invertido cinco años de mi vida a una disciplina que no conocía y que, después de todo, no me iba a llevar a ningún lado (eso creía entonces). También hice terapia. 
En uno de los puntos cumbres de ese proceso tristeril (del que ahora ya me siento totalmente ajena) me ofrecieron un empleo muy bueno al que tuve que negarme aceptar porque me sentía incapaz para asumirlo. No sentía que mis capacidades organizacionales ni laborales fueran insuficientes, lo que sentía era un gran cansancio físico y mental. Con la ayuda de una terapeuta, entendí que me había esforzado muchísimo para tratar de ser aceptada por una comunidad académica hostil hacia mi trabajo y, francamente, también hacia mi persona. Eso me había pesado tanto, que intenté compensarlo siendo muy productiva. La convalecencia y muerte de mi papá fue solo la gota que derramó el vaso turbulento de mis emociones. Y tuve que detenerme. 
Unos meses después de esos tortuosos acontecimientos emocionales me entregué a la realización de una investigación pequeña sobre la escritura en Tijuana en la década de 1970. Hice promoción de mis descubrimientos. También hice promoción de mis dos libros. Y creo que esa fue la época en que comencé a sentirme de nuevo feliz. Ocurrió, sin que yo lo planeara, que me asignaron materias diferentes en la carrera de literatura. Dejé la teoría y la crítica para tomar, precisamente, las de historia de la literatura. Esos cambios los sentí como el indicio de algo nuevo. También ocurrieron otras cosillas positivas en mi otro centro laboral que me animaron, como que me asignaran un aula fija (situación que para un profesor de educación básica es importante) y que me asignaran a los terceros grados, que son más fáciles de trabajar.
Fuera de este mundillo tijuanoso hubo dos que tres personas que me invitaron a compartir mi trabajo con ellos (y uno de esos proyectos espero darlo a conocer pronto) y las cosas parecieron tener sentido desde entonces. También viajé mucho. 
Quise decir todo esto aquí para señalar que la música relajante, especialmente la de Kip Mazuy, me acompañó en ese largo periodo. Me hizo sentir acompañada de mí misma, de algo poderoso y fuerte que me ayudó a concretar varios proyectos que ahora tienen mucho sentido en la trama de mi propia experiencia. 

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