La medida de las cosas

Desde que murió mi padre, su persona y su vida se han convertido en una medida para muchas cosas con las cuales compararme.
Por ejemplo ayer, que no podía dormir (no por insomnio sino porque creo que con la pandemia se han agotado todas mis reservas acumuladas de cansancio y sueño) me puse a calcular las diferencias de edad entre ambos. Mi padre tenía 41 años cuando yo nací. Así que cuando él llegó a la edad que yo tengo ahora, yo debí tener 5 años. 
A los 46 años mi papá se empezaba a consolidar como propietario de un negocio de belleza. Fue el tipo de peluquero que brincó la valla de la barbería hacia el estilismo. Los tiempos de Vidal Sasson, cuando las estéticas se convirtieron en proveedoras de insumos para el cuidado del cabello. Mi papá dio ese salto y alcanzó una prosperidad económica que le duró casi 10 años.
Pienso en su vida a esa edad. Me parece que conseguir la estabilidad económica a los 46 es algo tarde para un hombre de aquella época. Especialmente porque creo que las mujeres no representaban una competencia. De los 46 a los 56 debió sentirse pleno al menos por lo que su estabilidad representaba: familia, casa propia, automóvil, dueño de un negocio.
Comparando nuestras vidas, me parece que yo tengo menos cosas que él. Sin embargo, he sentido esa plenitud desde muchos años antes.
A esta edad de mi vida no sé si mi experiencia podrá igualar a la de mi papá. Creo que nunca tendré hijos y es poco probable que emprenda un negocio propio. También me da la impresión de que me ocurrieron cosas demasiado pronto. A los 46 a veces siento que ya estoy por terminar con todo y retirarme. En cambio, mi papá a esa edad luce como alguien que apenas iba iniciando su proyecto de vida. Como un hombre en todo su esplendor y potencia. 

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