Epílogo para el veinte-veinte

 

Fue en el poblado de Mulegé, en una cálida mañana de los primeros días de enero, en donde escuché a dos gringos decadentes decir veinte-veinte. Uno le enseñaba al otro que el año que entraba, 2020, se podía expresar como veinte-veinte en español. A dos mesas de distancia, escucharlos no me hizo sentir impertinente. Era un restaurante chico y acogedor, cuyos letreros en varios idiomas prometían albergar a toda la clase de habitantes lingüísticos que recorríamos la península, en cualquiera de las direcciones que la brújula personal eligiera.  

Viajando de Loreto hacia el norte, por la transpeninsular, hicimos menos de dos horas por carretera. Y, en alguna de las paradas del hambre y otras necesidades, llegamos a sentir que bien podríamos vivir, o que ya vivíamos, indefinidamente, en alguno de esos pueblos perdidos. Después del primer viaje uno lo sabe, que la península es el espacio ideal para habitar esa distopía extraña en la que podemos recogernos, por ejemplo, para recibir los primeros días del año.  

En el hotel de nuestra última noche, habíamos escuchado los conteos y el baile del concluso 2019, como a través de un aparato que remitía en sordina los detalles de aquella algarabía ajena. Preferimos dormir y levantarnos temprano para ir ¿a dónde? Sabíamos que las ballenas tardarían en llegar al menos tres meses más, pero teníamos la ilusión de contemplar aquellos paisajes deshabitados de turistas. Así que emprendimos rumbo a San Ignacio.  

Escuchamos noticias anodinas en televisores viejos de habitaciones rústicas, y no recuerdo que en algún canal se emitiera alguna señal de alerta. China despedía el año del cerdo, pero a nadie nos pareció inquietante la aparición de unas extrañas neumonías al otro lado del mundo. Cualquier viso de enfermedad era una posibilidad verdadera, como es el dolor inesperado, pero también era distante y remota: irrumpiría primero en la casa del vecino, antes que lograra hacer mella en cualquiera de nosotros.  

Decenas de palmeras sobre la carretera nos anunciaron nuestra llegada al oasis. En este poblado, al que dan figura apenas unos cuantos trazos de calles, encontramos una discreta placa de madera que ostentaba el nombre de la Fraternidad Ignaciana, vestigio abandonado de una antigua asociación intelectual provinciana, que habría funcionado entre 1928-1943, según me enteré al leer la hoja de descripción que la acompañaba. El hallazgo nos hizo celebrar la simultaneidad temporal que logra la preservación de ciertos objetos; indicios de esperanzas pasadas y futuros promisorios de continuidad. San Ignacio nos pareció un pueblo atrapado en el tiempo, ¿cómo era posible que, habiendo sido fundado hace casi trescientos años como parte de la obra misional de la orden jesuita, en nuestro veinte-veinte luciera el encanto de un recién estrenado pobladito turístico que parecía existir solo para sostener el paso de los viajeros? Aquello era parte de la extraña realidad distópica que recorríamos en los primeros días del 2020, y que luego se extendería con la propagación de una rara y nueva enfermedad por todos los rincones del planeta.  

En San Ignacio quisimos rentar un viajecito corto para sobrenavegar la laguna, pero nadie estuvo dispuesto a llevarnos sin haber ballenas, se cansa uno persiguiéndolas, nos dijo el pescador. Atravesamos entonces, en carro, la reserva del Vizcaíno. Al final de los 58 kilómetros que atraviesan el desierto llegamos a la costa que bordea el Pacífico. Encontramos unas cuantas lanchas encayadas y una pareja de perros flacuchos que nos hizo compañía. Extraños monstruos marinos logramos imaginar y dibujar sobre la arena. Pero luego de esos juegos inocuos sólo nos restó observar la majestuosidad que nos imponía el agua oceánica. El espectáculo de aquel día fue tan magnífico como desolador, casi un preludio de lo que ya se avecinaba con los acontecimientos que se desarrollaban al otro lado de ese mar que encaramos de manera inocente en aquel inicio del 2020.  

La Jornada Baja California, 2 de enero del 2021

https://jornadabc.mx/opinion/02-01-2021/epilogo-para-el-veinte-veinte


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