6 kilómetros
He empezado a caminar 6 kilómetros una vez a la semana. En medio de ello alterno una o dos sesiones de algún ejercicio aeróbico de sala, que realizo muy obediente de mis video instructores. En mi menú tengo hasta 10 grabaciones con rutinas diferentes (tae-bo, salsa, entrenamiento para bailarinas, aerobics bajo impacto con mancuernas, pilates y yoga). Todas con una duración de casi una hora. Mis rutinas actuales no se comparan en lo absoluto a la cantidad de ejercicio que hiciera antes de lastimarme la rodilla (hace unos ocho años), o lo que llegué a hacer en mis meros años mozos de veinteañera. El entusiasmo se mantiene, pero el tiempo ha pasado sus facturas.
He seguido la intuición de que el caminar no me hará ningún mal, siempre y cuando no sobrepase la resistencia de mis rodillas. Y así ha sido. Arranqué con 8 kilómetros y creí morir ese día. Pero luego le bajé a 6, lo cual consigo a ritmo regular en poco más de una hora. Es relajante, individual, solitario y otorga una sensación de libertad que los otros ejercicios no dan (quizá el yoga un poco).
Me traslado a la unidad deportiva, a 5 minutos de mi casa, y todo lo que alcanzo a ver de frente es la pista por recorrer. También hay tiempo, el que me tomará alcanzar la meta asignada. Desde que he iniciado con esta actividad, me ha dado por sentir que con cada pisada que doy construyo un tiempo por delante. Como si me trasladara en una cápsula espacial, aislada y protegida del exterior, cada avanzada me otorga la sensación de que construyo materialmente el tiempo de mi vida, que me adueño de ese espacio que hay para ejercer mi vida.
Los seis kilómetros no me llevan lejos, pero al rendirlo tengo la sensación de que regreso de otro sitio. Entro de nuevo a la comodidad de mi casa, a la computadora que me espera encendida, y a la paz que me brinda la presencia de Eliézer, mi compañero en esta aventura.