Deja vu & poesía

Hoy regresé a los "escenarios" de la poesía local. Me invitaron a hacer una lectura de mis poemas a un festival que lleva ya varios años haciendo su huella en la ciudad. Algo de deja vu ha tenido mi reencuentro con el ambiente. Los escenarios cambian, pero las dinámicas son muy parecidas. Ese topos de relajación que brindan los espacios alejados de las instituciones, esa fiesta que parece interminable y esas personas que parecen dispuestas a establecer comunicación y contacto contigo solo por el hecho de que has leído tu poesía ante ellos o que has escuchado la suya. Se trata de una ilusión, de una heterotopía que satisface a las almas necesitadas de la presencia urgente de lo extraordinario. Y participar de ello es un milagro y una coincidencia que se agradecen. 

No me ha sorprendido el reencuentro, esta vez con actores mucho más jóvenes y con dinámicas un poco más híbridas. Las formas cambian, pero hay algo que permanece. Y ese algo es, lo que todavía recuerdo, me hizo separarme de ese ambiente y de esos espacios. Siempre sentí que había un velo extraño de impostura en el trabajo de todos los poetas. Incluso en los grandes. Quienes creamos ese tipo de literatura sabemos, en algún momento, que toda experimentación en busca de la originalidad se topa con un límite que bien puede ser rebasado. Traspasar esa barrera nos lleva a la comedia o a la invención arbitraria, en algunos demasiado pronto y en otros de manera lenta. Superar esos límites nos puede llevar tanto al absurdo como al testimonio comprometido. Y es que hay un punto, después de haber agotado todo lo que creíamos era posible y permitible en el lenguaje poético, en que todo se trata de una broma contra el arte mismo. Esa burla, de la que somos partícipes al comulgar en estas comunidades, es parte de la atmósfera que ese ambiente tolera con demasiada frecuencia, porque si no lo hiciera ¿cuál sería su encanto respecto al mundo ajeno a sí?

Hoy respiré de nuevo ese aire y en poco más de dos horas pude reconocer los distintos matices (algunos geniales y otros ingenuos) de la expansión que logra la poesía sobre el lenguaje mismo. Si hubiera entendido esto hace veinticinco años, sin asustarme de la veleidad del oficio poético, seguramente no habría emprendido el rumbo hacia otras formas de la escritura, como la historia, como la reseña periodística, como la narrativa. Me extravié en todos los caminos, aunque eso me llevó a establecer una relación más diversa con el lenguaje. 

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