Una más sobre la escritura
Casi voy para el año de haber regresado a los talleres de escritura. Bueno, regresé a un taller. Específicamente al gimnasio narrativo que coordina Alfredo Núñez Lanz. Sí, funciona como su nombre lo dice: como un espacio en donde te ejercitas y suplementas, a fin de fortalecer tu narrativa. De los pequeños o medianos logros que me ha traído este gimnasio (ya estoy en la tercera temporada) puedo enunciar, sin dificultad, los tres siguientes:
a. Mayor decisión al iniciar una historia, o sea, lo que conoce como "declarar el incipit". Lo considero un logro valioso, porque decidir en qué escena, diálogo o espacio iniciará tu historia, Oh, Dios, no es tarea sencilla. Aunque no diré que mi profesor me haya dado un menú de incipts posibles (jaja) sí hay una premisa sobre la cual, cada semana, debo trabajar. Yo, literamente, me obligo a empezar por un lado. A veces es por el recurrido "principio" y otras veces le llego por el medio. Los atajos más fáciles son aquellos en donde el personaje empieza su recorrido: un viaje, una espera, el amanecer, etc. Son los inicios más manidos, y en cierto momento puedes desanimarte a ti mismo/a por recurrir a un inicio así, pero a veces hay que perdonarse la falta de imaginación de entrada, para arriesgarte mucho más en otros aspectos: lenguaje, personajes, resoluciones, etc. Un inicio tradicional no necesariamente te llevará a una historia predecible.
b. Imaginar. Esto se lo había escuchado a una narradora mexicalense y tiene toda la razón. Un texto escrito con imaginación tendrá mayor peso narrativo que uno testimonial. La premisa de que la realidad supera la fantasía me temo que en muchas ocasiones se rompe. ¿Cómo puedo explicarlo? Pues bien, cuando escribes un texto sobre algo que has vivido muchas veces te traiciona el querer ser fiel a lo que verdaderamente ocurrió. Ese compromiso con lo "verdadero" le quita poder narrativo a tu historia. Es mucho mejor imaginar. Ya sea que partas de algunos hechos factuales y de ahí te desbordes hacia lo ficcional o que de plano (es mucho mejor) imagines toda la historia completita: personajes, situaciones, desenlaces, tono, trama. En mi experiencia, me han salido mejores textos cuando inicio con una premisa dada por mi instructor, pero la adapto a una emoción o circunstancia que me haya pasado realmente. Cuando ya tengo la situación enganchada y medio configurada, le doy con todo a la imaginación. Me voy hacia el extremo que la misma historia vaya planteando, no hacia lo que haya ocurrido, sino, a lo que (como aprendí de los historiadores) es plausible que haya ocurrido.
c. La extensión. Este es todavía un verdadero problema para mí, porque ya quiero salir de las narraciones cortas. Me gusta mucho configurar, y eso requiere extensión. Pero, uno de mis grandes problemas, es que si configuro demasiado se me pierde la tensión y el enigma de la historia. Y al revés: cuando escribo una historia muy tensa, se me pierde el escenario, las sensaciones. Todavía trabajo mucho en esto. Y cuando me doy cuenta de esta carencia sé que para un año de trabajo aún hay mucho por aprender.
Algunas cosas debo reconocer que ya las traía antes de ingresar a este gimasio. Una, la disciplina para la lectura. Esto se lo debo prácticamente a mi trabajo como profesora y guía de los círculos de lectura. Leer una historia ya no me representa una problemática. Puedo leer cualquier cosa. Y estoy abierta a muchas formas textuales.
Otra cosa que ya conocía, al menos empíricamente, es la noción de estructura o programa narrativo. Esto es, tener claras las etapas que tu relato comprenderá. Generalmente soy muy consciente de esto. Mis planos débiles quizá son, como lo mencioné antes, esa habilidad entre tensión narrativa y configuración. Porque contar, me he dado cuenta que un/a narrador/a es capaz de contarlo todo. Es la pericia con que lo haces lo que marca esa gran diferencia.