Procesos de evaluación

He ocupado todo lo que va de este año en someterme (sí, esa es la palabra) a unos ocho procesos de evaluación acerca de mi trayectoria, producción literaria y académica y reconocimientos a mi labor docente. Todo ello ha implicado llenar formularios, tomar cursos, hacer exámenes, enviar propuestas, tallerear mis textos y esperar las respuestas que, en su mayoría, todavía no llegan. 

Ahora me dedico a finalizar los últimos cursos necesarios para cumplimentar requisitos y a prepararme física y mentalmente por si me los aprueban. Hará un mes más o menos que dejé pasar una convocatoria porque sentí que ya era demasiado, ¿y si me dan todo?, pensé, ¿qué voy a hacer con tanto trabajo?

La ansiedad de recuperar el tiempo que perdí con mi diarrea de nueve meses y mis dolores de espalda de casi un año me llevaron a acelerarme aplicando para todo lo que se me presentara. Esa es siempre mi gran tentación: la oportunidad de hacerlo todo hasta reventarme.

Calma, habrá tiempo para cada cosa. 

Entre todos los procesos, la escritura y la confianza obtenida a través de los años (y también la resiliencia ante los fracasos) me han ayudado a entregarme entera, pero también a no esperar que me salga bien todo. 

Envío propuestas como manuscritos dentro de una botella. Los arrojo temprano, cuando el calor del sol no ha pegado duro sobre mi playa. Después me dedico a mis labores cotidianas, las de la supervivencia dentro de mi isla. Hasta que las ilusiones menguen, como todo lo que acaba en esta tierra, o aparezca una señal de que alguien las ha escuchado. 



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