Alrededor de las 3:30

Recuerdo muchos días ser feliz. Y para mí, la felicidad se siente más intensamente por las tardes. Podría decir que exactamente entre 3:30 y 5:00 de la tarde. Esa es mi hora de la felicidad. Cuando niña, recuerdo estar en la escuela, en mi aula, después del receso. De pronto vi por la ventana. Afuera podía verse a la ciudad viviendo: ferreterías, tiendas, personas trabajando, el mundo yendo y viniendo. Y yo ahí, una niña de seis años que escuchaba atenta a su lección. Nada me faltaba. Estaba protegida. Pronto iría a casa. Me sentí consciente y feliz. Y tengo muchos recuerdos así, como ese. En Puebla, cuando mi esposo se iba a trabajar su segunda jornada del día, yo me quedaba en casa. A veces era feliz y cuando no lo era tenía que salir por ahí a caminar para mitigar la tristeza (esto qué cliché se lee).

Pero las 3:30 de la tarde significan muchas cosas para mí. El salir de mi trabajo en Pluma Nacional, cuando tenía como 19 o 20 años. Y saber que me dirigía a mi escuela, que aunque no me gustaba mucho, era un espacio para socializar y ser joven y divertirme, lo cual hice hasta la locura; no me arrepiento de nada.

Otro momento es cuando estudiaba el doctorado. Mi esposo, igual, trabajaba por las tardes, y yo, saliendo de la escuela, iba a mi casa y todo lo que había enseguida era leer, reseñar, escribir. Las cosas que me gusta hacer, aunque sean cosas que me aislan de la gente.

Algo ocurre en esos momentos en los que soy feliz: estoy relajada, hay buen clima, el sol está calientito y el mundo sigue allá afuera, también tranquilo. Hoy me he sentido así. Y la sensación, además de ser agradable, hace que sienta que hay mucho espacio delante mío, y que aunque el tiempo vivido ya es mucho, todavía hay más por hacer y disfrutar. Y que todo lo que venga ocurrirá bien y que solo debo relajarme y dejarme llevar. Porque es un milagro haber llegado hasta aquí y seguir viva.

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