Por el derecho a la invención: Verde Shanghai de Cristina Rivera Garza



La literatura nos ha legado tradiciones. No hace mucho descubrí que el tema de la mujer huyendo del espacio doméstico para encontrarse a sí misma es un tópico que le debe mucho al feminismo de la igualdad. La situación es más o menos ésta: una mujer, de buena posición económica, con o sin hijos, decide un día abandonar al marido o al padre para ir en busca de su propia trascendencia. La mujer quiere o debe convertirse en escritora o amante de un hombre exótico y extraño que la iniciará o al menos le indicará el rumbo que la llevará a integrarse en el orden social. Ella, como cualquier hombre, conquistará un espacio propio dónde se realizará como el sujeto esencial que ahora es.
Pero también he descubierto que ésta no es una tradición propiamente femenina. Al menos me vienen a la mente tres escritores masculinos que han hecho de la huida-con-propósitos-de-trascendencia el tema de su literatura: John Updike, Henry Miller y David Toscana.
El hecho en sí es que el tema de la huida de un espacio doméstico confortable pero también coartante, asfixiante, represivo, es un argumento literario que por sí solo da inicio a una serie de cuestionamientos en torno a la pretendida unidad del Yo. Porque el que huye debe dejar atrás el sentido que a su ser le otorgaba el espacio habitado. Debe abandonar la ilusión de la permanencia. En este punto es donde inicia la novela Verde Shanghai. Un accidente automovilístico, saca a una mujer del mundo cotidiano del sentido común para enfrentarla a una búsqueda de sí en los otros posibles. Marina, el personaje que es arrojado a esta aventura, inicia un proceso de indagación de una de sus identidades posibles que muy difusamente se materializa con el nombre de Xian.
Una puede interpretar los desdoblamientos literarios como líneas de fuga de la personalidad fija. Si una cree que las mujeres necesitan esos desdoblamientos para emanciparse, una asume que las dobles femeninas son estrategias literarias para que las personajes escapen de la sofocante arquitectura social que las limita. Todas las locas literarias son líneas de fuga de un modelo social que dicta cómo debe actuar una mujer. Esa, la de la loca, es otra tradición literaria. En Verde Shanghai, la personaje Marina admite que el buscar a Xian puede deberse a una ruptura del yo: Frente al espejo, mientras se cepillaba el cabello, la mujer se convencía de que lo suyo era mental, resultado tal vez del aburrimiento, de la nostalgia (…) Xian se veía más joven que ella, más moderna, más atractiva. Sus movimientos sugerían cierta capacidad para reaccionar con rapidez ante cualquier estímulo. Un gato. La imagen le causaba envidia. Y, luego, deseo. (: 87).
Lo inquietante en la búsqueda de Xian es que recuperar para sí a la joven pintora le supone a Marina la entrada a un mundo que posee códigos singulares. Por ejemplo, Marina descubre que en ese mundo alterno cuya puerta de entrada es el café Verde Shanghai, ella está comprometida desde su nacimiento con el joven Chiang Wei. También descubre que para reconstruir esa vida alterna debe recurrir a la escritura. Así en la segunda parte del libro Marina se encuentra recuperando su memoria y su escritura pasada mediante la entrega de historias que la llevan a dialogar con Chiang Wei. Esa comunicación entre los prometidos hace que ambos construyan una realidad de la que van surgiendo una serie de personajes del universo chino. Enunciados por Marina y Chiang estos nuevos seres son los interlocutores necesarios de la historia posible entre ellos. Es Marina quien mediante el ejercicio de la escritura como hábito va acercándose más a convertirse en Xian: Los nuevos hábitos emergieron poco a poco (…) se trataba de cosas intrascendentes, ciertos gestos, movimientos, reflejos, cuyas sutiles transformaciones sólo ella era capaz de notar. Estaba por ejemplo, esa manera inédita de tomar la taza de café evitando usar el asa; o el ritmo al caminar mientras recorría calles llenas de gente (…) impregnado de una ligereza antes desconocida. Una mañana descubrió que la raya que dividía su cabello en dos se había mudado del lazo izquiero de su cabeza hacia el centro. (…) Ahí [en la azotea] trabajaba, bajo la luz natural del sol, protegiéndose los ojos con las gafas oscuras. Eso es lo que hacía marina ahí, en la azotea, durante las mañanas de todos sus días: trabajar. Leía, revisaba, escribía. Nunca lo había hecho antes, eso, trabajar. (: 191).
La historia aquí se vuelve hacia una realidad que termina por ser una de las características, a mi juicio, más inquietantes de la novela. Se trata de un progresivo cuestionamiento sobre el principio de realidad. En la lógica estructural del comportamiento femenino políticamente correcto, una mujer que huye del hogar debería abandonar la inmanencia del tiempo biológico para conseguir la trascendencia del tiempo social. La novela desembocaría entonces en un esquema de causa y efecto que proporcionaría a los lectores la certeza tranquilizadora de que aquello que se ha movido de su lugar ha tomado otro nuevo que le corresponde. Pero en Verde Shanghai no ocurre así. Marina, luego de construir mediante la enunciación el escenario por donde se desplaza la siempre evasiva Xian, es raptada por su marido Horacio y vuelta de nuevo a su hogar. La protagonista no se entrega a la trascendencia; su comportamiento no cumple con esa lógica feminista que lleva a las mujeres hacia la emancipación. Después de todo, lo que la novela quiere es mostrarnos precisamente la imagen fugaz de esos rostros que nunca veremos; mostrarnos por unos instantes esos yo-otros que cuando apenas alcanzamos a vislumbrar ya han desaparecido.
No debería sorprendernos que el arte someta al mundo del sentido común a sus propias estructuras. El arte tiene la prerrogativa de hacerlo. Sorprendente es más bien que una novela como Verde Shanghai aparezca como un nuevo recordatorio de las capacidades imaginativas del arte en medio de tan reciente literatura comprometida y realista que nos quiere mostrar “la verdad”. En la novela de Rivera Garza ocurre lo que sólo pocas obras de la literatura mexicana actual se atreven a realizar, quizá porque tienen la precaución o el temor de entregar a sus lectores una escritura fácilmente descifrable. Lo que tenemos ahora ante nosotros es nada menos que al arte literario reclamando de nuevo su derecho a la invención.

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